Luna, el ojo que nos mira

Debo confesarte algo que me ocurre a veces.

Hay días en los que creo que me voy a ahogar, me falta aire para continuar andando. Días en los que siento que el mundo me estuviera comprimiendo, apretándome bien fuerte hasta casi dejarme sin aliento. Días en los que no encuentro en ninguna parte el oxígeno que necesito para que mis pulmones se llenen. Pero de repente “clic”, algo cambia en mí o algo me hace ver mi alrededor con otros ojos u otras ganas. Es cuando la sensación de libertad me invade, me llena y me penetra por completo y miles de ilusiones e ideas vuelven arremolinarse en mi interior provocando que yo me rescate de mí misma, ensanchándome y obligándome a ser consciente de todo lo que está pasando dentro de mi cuerpecito.

Hay que confiar en ese instinto que llevamos dentro, que nos pide calma y nos susurra al oído que todo va a ir bien. Así es como consigo que regresen a mi interior el sosiego y la fuerza que muchas veces doy por perdidas, es lo que hace que, de forma inconsciente, siga manteniendo conmigo a mi espíritu alado, y así puedo confiar que de cuando en cuando logre manifestarse para contarme algo.

Llevo días con esa sensación, que parece que ha cobrado todo el protagonismo, debí tropezarme, en algún momento, dejándome caer en un bucle de desidia que me llevaba al fondo de un pozo muy oscuro. Hasta que «clic», ayer me di cuenta que necesitaba un plan de escape, necesitaba esbozar todas las ideas posibles que me ayudaran a salvarme del pozo, o al menos para intentar sacar la cabeza y coger algo de aire.

Comencé a evocar recuerdos que poco a poco llenaron mi pensamiento con sus imagenes y sus palabras, y éstas a su vez resonaban y hacían eco en ese espacio sin tiempo. Ellos y ellas fueron lxs que me empujaron a tejer la cuerda que me ayudó a salir de allí. Una vez pude impulsarme y salir fuera de allí, llené mis pulmones todo lo que pude, volví a coger mi mochila (mi fiel compañera de viajes y de vida) y me encaminé hacia la playa, para acercarme al mar y pedirle a ese agua salada que todo lo cura que se llevase parte de mi mochila, esa que duele y me pesa, porque ya no me aporta nada más que dolor y tristeza… Y me pesa, vaya si me pesa.

Era de noche, las estrellas resplandecían y el reflejo de la luna se mecía en el agua como desfigurandose y volviéndose a formar. En medio de esa imagen estaba yo de pie e inmóvil como si el tiempo me hubiera dejado paralizada convirtiéndome en una estatua de sal que sólo podía observar todo lo que le rodeaba. Estática y a la vez esperando movimiento, aguardando pacientemente a que mi instinto, esa criatura mágica (campanilla me llaman), se animará de una vez por todas a susurrarme algo que me devolviera mis alas. Después de estar un largo rato así, terminé dejándome deslizar por la arena hasta sentarme, arropándome con el murmullo de las olas, con la inmensidad del cielo y el silencio que esa noche me acompañaban. Todo era perfecto. El mar acunando mi mente, el aire llenando mis pulmones, el cielo regalándome una luna vigilante, mil imagenes envueltas en mil recuerdos, la soledad regalándome «silencio» de la vida del mar en la oscuridad, todo eso siendo sólo yo su compañera.

Respirar y dejarse llevar, suena demasiado bien. Sólo se trata de eso para conseguir un instante de felicidad.

«Y, al respirar, propongo ser quien ponga el aire
Que, al inhalar, me traiga el mundo de esta parte
Y respirar, tan fuerte, que se rompa el aire
Aunque, esta vez, quizá, será mejor marcharse
Intenta no respirar
Intenta no respirar»

2 comentarios en “Luna, el ojo que nos mira

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s