Piel con sabor a flores y chispas

Cuando se volvieron a encontrar después de un año, trescientos sesenta y cinco días, sin sentir la piel del otro lo primero que ella sintió cuando él acariciaba con su mano su rostro fue una mezcla de paz, ardor, amor…. Sus manos ya sabían que tenían que hacer, era algo que conocían al dedillo. Comenzaba, o al menos solía hacerlo, como si su misión fuera en un primer momento sujetar su cara, creo más bien que era el temor a que se evaporara como lo hace el humo tras un incendio. Luego continuaban sus dedos deslizándose poco a poco con avidez por su cuello como si trazaran un camino y, a su vez, quisieran dejar el rastro. Ella, mientras, dejaba que él la invadiese y al mismo tiempo le fuera dibujando o garabateando cada rincón de su cuerpo con sus manos y dedos inquietos. Visto con los ojos de un voyeur, parecía que estuvieran participando en un juego en el cual él se encargaba de escribir, en un lenguaje atávico y oculto, sobre la piel de ella las pistas que ambos iban descifrando para poder llegar al preciado tesoro. Ambos estaban listos para volver a dar rienda suelta a esa explosión que se creaba cuando ellos dos se dejaban llevar por el éxtasis del momento.

Primero ella se entregaba totalmente, a él y al momento, dejando que su amante fuera quien la desenvolviera lentamente y ella concluía ese paso ofreciéndole su dulzor. Seguidamente, él le soltaba aquel moño «mal atado» para que el aire se impregnara de ese aroma a jazmín que bañaba su pelo y su cuerpo que a él le encantaba. ¿Seguiría recordando su aroma? Un bálsamo que a él le embriagaba, como si de magia negra se tratara, perturbando todos sus sentidos provocando que se diera el pistoletazo de salida que daba la señal para el inicio de una especie de trance al que seguidamente ella iba a acompañarle.

En medio de aquel baile tántrico, que ambos ya habían iniciado, él desataba su lengua para comenzar así un recorrido aleatorio por el cuerpo de ella, que bien podía iniciarse por su cuello seguir sus pechos o bien cambiar su trayectoria en cualquier momento y sin previo aviso. Él lamía su cuerpo delicadamente, como si lo estuviera deleitando, degustándolo para poder recordarlo siempre que así lo deseara por si, caprichos del destino, ese recorrido y aquel baile no pudieran volver a repetirse. Así el ritmo iba apoderándose de ambos y las lenguas y los mordiscos desbocados apuntaban a un viaje sin retorno, una travesía que ambos ya conocían al dedillo, sabían exactamente que hacer para dar inicio a ese baile que querrían repetir como una constante inmarcesible en sus vidas.

Con las lenguas ya enredadas y los dos cuerpos deseándose y buscándose comenzaba una especie de danza en la que se amasaban hasta diluirse y mezclarse por completo. Parecían dos bailarines expertos moviéndose al compás, complementándose, en cada nuevo ritmo y paso, para que todo fluyera vibrando de la forma más deliciosa, ninguno antes había disfrutado tanto bailando.

El zapateo seguía con la piel de ambos totalmente erizada, los labios, las lenguas, los mordiscos relamiéndose por cada parte encontrada. Todas las veces que se encontraban parecía que experimentaban y descubrian todas esas sensaciones de la primera vez en la que ambos cuerpos se imantaron.

Mientras se saboreaban, ella cerraba los ojos dejándose llevar por el ritmo de esa magnífica danza y en su interior sentía como se originaba lentamente la germinación del placer más exquisito logrando alcanzar así la temperatura del punto exacto del penúltimo paso del baile. Entonces era cuando abría los ojos buscando los otros para mirarse, reconectarse y recordarse. 

La primera noche que iniciaron este juego, este baile, ambos fueron conscientes que habían sido los creadores de los mejores pasos de esa danza tántrica, una danza que practicaban en cualquier lugar donde la chispa saltara.

Desde esa noche los dos bailarines eran conocedores de que tenían por delante una carrera brillante e interminable, en la que ninguno parecía estar dispuesto a dejar de perseguirse para lograr saciar el hambre que ambos tenían del otro. Un hambre voraz que les incitaba como si de droga se tratara a querer seguir superándose en todos los pasos de baile que ya habían practicado y deleitado juntos. Hasta que ella descubrió que todo no fue más que un invento, había sido engañada por un trilero experto y cansada de sentirse invisible decidió no volver a compartir ni un paso más con él. Él sigue creyendo que podrá volver a tenerla en su telaraña. Ella sigue descubriendo nuevos bailes, nuevos ritmos y nuevas sensaciones. Él, que en realidad nunca tuvo ritmo alguno, se conformó con dejarse mecer. Ella a día de hoy sigue danzando buscando nuevos retos.

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