En mis momentos de bajón, esos que hubo un tiempo que eran una rutina diaria y que ahora parece que se asoman de cuando en cuando, no paro de preguntarme de forma constante, como si me hubiera quedado en un bucle, qué pasaría si yo desapareciera evaporándome y que el espacio que ocupa mi cuerpo quedara libre pudiendo ser ocupado o reemplazado sin más.

Dependiendo del momento o del día encuentro más o menos respuestas a esa pregunta abierta que lanzo al aire, que termina rebotando en la nada y que me es devuelta porque ninguna de las posibles respuestas termina de convencerme (¿existirá alguna respuesta correcta?). 

Así que yo sigo anclada en mi bucle permanente, repitiéndome una y otra vez la misma pregunta reformulándola de diversas formas, como si así lograra despistarme a mí misma y consiguiera obtener esa solución correcta a mi “enigma”, ¿seré un simple cero?.

¿Qué pasaría si mi ser dejara de ocupar este espacio y este tiempo que hoy ocupa? ¿Qué ocurriría si mi cuerpo dejara de sentir para poder liberar a mi-mundo, es decir a esxs que me rodean de cerca y de lejos, de mi existencia?

Soy como una madeja deshilachada, como un ovillo deshecho y arremolinado. Soy un conjunto de hilos que se han desflecado, arrastrando los restos que se han ido rompiendo quedando atrapados y oprimidos dentro de toda esa bobina.

A veces, llega alguien que me desenreda el cordón apelotonado e intenta poner orden a todo ese montón de hilos, se entretiene por un tiempo, y empieza a estirar el cordón mientras va uniendo algunos trozos que estaban tan deshilachados que ya se habían roto, quitando las pelusas y el polvo que se han ido quedado adheridas. Otras llega otrx que me apelmaza de mala manera enrollando mis hilos sin sentido y apretándome bien fuerte, porque no le gustan las madejas deconstruidas, y que acaba marchándose dejándome en cualquier lugar de paso. Y ahí me quedo un tiempo olvidada y bien apretadita, hasta que llega otro ser que realmente no tiene el menor interés ni quiere perder su tiempo en estirar todo el desastre de bobina que soy y me tira al suelo como si no importara para darme un puntapié por puro entretenimiento.

Luego también hay otrxs que me desenredan con cuidado buscando a ver si encuentran algo ahí adentro que les interese, aunque la realidad es que su único objetivo es poder dejarme bien atrapados sus restos de tristeza, de rabia, de furia, dentro de todo mi embrollo y me vuelven a apretujar con fuerza para asegurarse de que esos restos no se vayan a escapar para acabar regresesando con ellos de nuevo.

Entonces yo, esa madeja deshilachada, me apelmazo para compactarme y así poder crear mi coraza protectora, esa que no deja que nadie me pueda ver entera, un escudo con el que yo subsisto pero sin ver luz alguna, porque al menos bien resguardada tras esa armadura puedo quedarme bien oculta. Alimentándome de esas inmundicias y deseando, con todas mis fuerzas, que llegue alguien que quiera recogerme pero sólo para lanzarme lejos, muy lejos y con total indiferencia. Y que así, yo consiga volar. Volar muy alto para impactar en tierra firme y rodar, como haría un rodamundos, hasta detenerme en cualquier lugar indeterminado y que con el paso de los días las hojas y la arena, que el viento va arrastrando a su paso, acaben enterrándome hasta cubrirme por completo. Camuflada en un lugar donde quedar olvidada, un lugar donde pueda sentir que descanso, sin opción a que nadie venga y pueda reciclarme porque ya me ha dejado claro la vida que simplemente soy un cero. Perdida en un lugar donde me quede sin opción a nada porque este juego, por fin, se ha acabado.

Pero cuando estoy cubierta y casi vencida y soy esa madeja desflecada sale mi campanilla, mi interior alado, que me recuerda «eres un 10» y así intento ordenarme de nuevo, enrollando mi desastre para hacerme la bobina que soy pero nueva porque me doy cuenta de todo lo vivido, de todo lo que he sentido y de que soy una madeja deshilachada, sí pero soy un 10 inmenso.