Déjà vu

Sin más demora se levantó de golpe, estaba hambriento. Agarró su chaqueta del perchero y se dispuso a salir de casa. Salir a la calle y caminar un rato le sentaba muy bien; cuando caminaba conseguía abstraerse de todo lo que estaba sucediendo. Era poner un pie en la calle y lograr dejar la mente en blanco, como si ésta pudiera resetearse por algunos minutos, para comenzar a divagar sobre cualquier nimiedad, el tiempo solía ser uno de los temas más recurrentes. 

Mientras comenzaba la larga caminata en busca de la cena, lo primero que pensó fue que, definitivamente, la primavera estaba empezando, por primera vez podía sentir que el calor estaba llegando. Había sido este último invierno muy duro y por momentos casi eterno. Aquella tarde la temperatura era suave, podía caminar por las calles sin necesidad de llevar el pesado abrigo del invierno. Las avenidas estaban rebosantes de vida, las plantas y jardines se encontraban llenas de flores de mil colores, el cielo estaba completamente inundado por el trinar de los pájaros, el deshielo continuo de la nieve de las montañas había provocado que el cauce del río bajara cargado de agua, casi a punto de desbordarse.

Decidió dar un poco más de rodeo, quería acercarse al parque que se encontraba a las afueras para sentarse un buen rato en uno de sus bancos de madera, descansar, coger aliento y poder disfrutar, al menos durante unos minutos, del aire puro. Una de sus patas de hierro presentaba una gran cantidad de óxido y la madera se encontraba muy deteriorada, pero, sorprendentemente, continuaba siendo un banco sólido. Una vez acomodado, su mente comenzó a volar y él se dejó llevar por el momento.

No tuvo ninguna dificultad para poder recordar que hace ya varios años, tantos que le costaba llevar la cuenta, paseaba junto con su mujer y sus hijos por ese mismo parque. La zona de juegos infantiles se encontraba envejecida, y totalmente abandonada, pero, por lo demás, seguía exactamente igual que entonces. Todavía podía escuchar el sonido de la risa de sus hijos arrastrado por el aire o el sonido, chirriante, de los columpios cuando eran balanceados , notaba la voz de su mujer advirtiendo a su hija para que tuviera cuidado de no caerse mientras ella de forma temeraria escalaba una de las rocas. 

Aquellos recuerdos le generaron una profunda melancolía, posiblemente habían sido los mejores años de su vida, y no pudo evitar que las lágrimas inundaran sus ojos y terminaran deslizando por su cara al recordarlos. No podía evitar sentirse culpable, por cómo había terminado todo, a pesar de tener la certeza de que en ningún momento había existido la posibilidad de hallar alguna solución.

Cada vez tenía más hambre, ya estaba empezando a oscurecerse, así que decidió ponerse de pie para ver qué encontraba para la cena.

Salió del parque y continuó su camino inicial hacia la zona en la que el avance implacable de la naturaleza había provocado que la vegetación, que era cada vez más espesa, terminara devorando los edificios del extrarradio de la ciudad.

Desde que aquella pandemia había terminado con la vida de la mayor parte de la humanidad apenas recordaba haber tenido algún que otro contacto esporádico con otras personas, sin embargo, estaba convencido, sabía, que no le iba a resultar difícil conseguir cazar alguno de los numerosos animales que proliferaban por todas partes. Aquello también tenía sus ventajas, se decía a sí mismo mientras decidía cuál sería el menú de esa noche.

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