Rezagada

Paula se despertó sobresaltada, se encontraba desorientada y el corazón le golpeaba el pecho como un caballo desbocado, por la oscuridad que había en la habitación supo que se encontraba en mitad de la madrugada. El vacío al otro lado del colchón le recordó que, una vez más, la vida había sido más rápida que ella. Nunca fue lo suficientemente rápida, siempre había estado corriendo de un lado a otro sin llegar a su destino, la vida siempre conseguía alcanzarla recién levantada, despeinada con sus pelos al viento, en el baño y con las bragas a la altura de las rodillas.

Sus padres la habían educado, como era lo habitual en aquellos tiempos, para ser una buena esposa y una buena madre de familia que supiera cómo había que llevar una casa. Sin embargo, en lugar de haber tenido que abandonar los estudios como hacían la mayoría de las mujeres, gracias a que la empresa textil de su padre se encontraba a pleno rendimiento desde hacía ya varios años, y tras aprobarse la nueva Constitución de 1931, en la que las mujeres habían adquirido ciertos derechos, tuvo la fortuna de poder estudiar una carrera universitaria, y así lograr llevar una vida independiente. Esto fue al poco de obtener su título de Licenciada en Derecho, momento en el que empezó a trabajar en una notaría, cuando consiguió poder tener una vida que sólo estaba supeditada a su propio esfuerzo, sin depender de nadie más que de ella misma.

Fue en la Universidad Central donde se conocieron, él no le había prometido ni el cielo ni las estrellas, a diferencia de como habían hecho en ocasiones anteriores otros pretendientes que ni tan siquiera habían llegado a aproximarse a las expectativas que pretendían generar, él simplemente se lo dio, de una forma sutil y casi sin que ella pudiera darse cuenta, se había hecho un hueco en su corazón. Siempre recibió de él todo aquello que deseaba sin que ella tuviera que pedirlo, se lo regalaba sin pedirle nada a cambio. 

Esos años que compartieron mientras estudiaban la carrera de Derecho y los dos siguientes, en los que ambos se convirtieron en inseparables, fueron los más hermosos de su vida, aunque todavía no era consciente de ello, la perspectiva del tiempo siempre ayuda a valorar las cosas cuando ya se han perdido. Sin embargo, la relación en el último año comenzó a deteriorarse, justo después de que los dos finalizaran sus estudios empezaron a producirse discusiones prácticamente a diario por nimiedades de la vida cotidiana que en aquellos momentos les parecían montañas. Pero el momento y la causa principal por la que surgió la tensión entre ambos fue cuando ella rechazó su proposición de matrimonio, pidiéndole posponerlo algunos años más. 

Era 17 de julio del año 1936, cuando se produjo la sublevación militar algo que a ella no le sorprendió, ya lo había visto venir desde hacía un tiempo, el clima político en el país y la tensión social que se respiraba en las calles de Madrid podía cortarse con un cuchillo. Su modo de vida, su libertad y sus derechos como mujer corrían peligro, estaban siendo atacados. Todo por lo que había trabajado y peleado se empezaba a tambalear no quedándole más remedio que luchar por ello, lo que no esperaba en absoluto, lo que no vio venir, fue el golpe que recibió cuando quedaron en la plaza.

Nada más verse se saludaron con un casto beso en la mejilla, o más bien al aire, y entraron en la cafetería de siempre, donde solían pasarse las tardes hablando de sus días o de cualquier inquietud que tuvieran. En cuanto se sentaron y les sirvieron los cafés, ambos se quedaron en silencio mirando fijamente cada uno su taza. Paula estaba deseando contarle que se había afiliado al Partido Comunista, que estaba dispuesta a cualquier cosa para poder mantener su libertad y sus derechos, iba a luchar en contra de todo aquel que intentara arrebatárselos. Sin embargo, mientras ella pensaba cómo empezar a contarle su nuevo propósito, fue Mario quien se adelantó y empezó sin preámbulos a contarle, aquello que ya llevaba un tiempo rondándole la cabeza, que había decidido abandonar la capital para poder alistarse en el bando nacional y esa misma noche se uniría a un grupo que partía para tratar de salir de incógnito de la zona republicana. 

Paula dejó de escucharle como a mitad de la conversación, la rabia le corría por las venas de manera incontrolable, no llegaba a entender que había llevado a Mario a tomar esa iniciativa, porque a pesar de su talante conservador y su vocación cristiana, ¡él siempre había defendido la República! Sin darse cuenta empezó a verbalizar todas las preguntas que le iban surgiendo en su cabeza, Mario respondía a todas ellas, echando más leña al fuego, argumentando que la República había caído en el desgobierno, el caos reinaba por todas partes, ¡estaban quemando iglesias y asesinando a curas! La única opción para una España con mejor futuro era q se impusiera un gobierno autoritario que, de forma provisional y con mano dura, instaurara el orden y controlara a una población que se encontraba totalmente descontrolada. Mario consideraba que sólo era posible esa vía hasta que pudieran celebrarse unas nuevas elecciones democráticas, que incluso la restauración de la monarquía era preferible a la situación que se vivía en esos momentos. Paula, no podía creerlo, nunca hubiera imaginado que él fuera capaz de traicionarla de una forma tan cruel, estaba en juego toda su vida, todo aquello que tenía y que había logrado por sí misma, Su futuro pendía de un hilo, y él apostaba por cortarlo, le dijo que le odiaba, que haberle conocido era lo peor que le había pasado en su vida y que no quería volver a verle jamás. Sin decir nada más cogió su chaqueta y se marchó llorando de la cafetería sin darle la oportunidad de responder.

Los meses fueron pasando, aunque era mediados de septiembre, ese año el otoño se había adelantado, ninguno había vuelto a saber nada del otro. Uno de sus compañeros del Partido Comunista le había invitado a una reunión de un grupo que trabajaba de forma clandestina y que se hacía llamar “Unión Libertaria”. Había acudido allí sin demasiado interés, en los últimos tiempos había empezado a perder la esperanza al ver cómo se iba desarrollando la guerra, era en esos momentos cuando más le echaba de menos, él siempre sabía cómo cambiarle el ánimo, como sacarle una sonrisa y hacerle ver el lado positivo de las cosas, por lo que su ausencia hacía que se sintiera doblemente desconsolada. Al llegar al lugar de la reunión se fueron sentando en unas sillas dispuestas alrededor de una mesa, sobre una pared colgaba una pizarra con información de las operaciones en curso que estaban llevando a cabo, se acercó para echarle un vistazo sin demasiado interés y fue entonces cuando lo vio, “Mario Sotomonte Rodríguez”, había sido detenido recientemente e iba a ser trasladado a una de las checas del centro de Madrid para ser interrogado. Sin pensarlo mucho más, recogió sus cosas y se marchó corriendo a toda prisa. 

 Ella sabía perfectamente cómo sería el interrogatorio que se le haría en aquel lugar, usarían cualquier medio que fuera necesario para obtener la información que necesitaran y después se desharían de él, no sabía si podría llegar a tiempo, pero tenía que intentarlo. Una vez allí observó que la puerta se encontraba cerrada, sin embargo, pudo forzar una ventana sin demasiada dificultad y acceder a su interior, no sabía que se encontraría ni cuántas personas habría dentro, pero tenía que hacer lo que fuera para sacarle de allí, desenfundó su pistola Tokarev y caminó sigilosamente por un pasillo, todo se encontraba oscuro y no se escuchaba ningún ruido que indicase que hubiera alguien en el lugar, por lo que comenzó a registrar las salas una a una, pero todas estaban vacías y comenzó a pensar que quizás todavía no se hubiera realizado el traslado. Fue entonces cuando lo vio, al abrir la puerta que había en el fondo del pasillo, Mario se encontraba atado a una de las sillas, era evidente que se habían empleado a fondo con él para sacarle la información que pensaban que podía facilitarles.

Fue entonces cuando realmente supo que le había amado siempre, no había dejado de hacerlo en ningún momento, en ese instante comprendió el error que había cometido aquella tarde que recordaba con tanta tristeza cuando le vio por última vez en la cafetería. Cuando quiso caer en la cuenta, ya era tarde, una vez más los acontecimientos se habían precipitado y la vida había sido más rápida que ella, de nuevo había llegado tarde.

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